Nuestra Señora de la Merced

En el devenir de la cristiandad en la ciudad de Barcelona, nació una de las devociones marianas más arraigadas en el espíritu de la España medieval: Nuestra Señora de la Merced, Patrona de nuestra capilla. Bajo este título glorioso, la Virgen María ha sido guía y consuelo de innumerables almas, moviendo a sus fieles a la acción de caridad y misericordia.

La triple aparición

Corría el año del Señor 1218 cuando la paz en los reinos de Cristo era continuamente quebrantada por las incursiones de los sarracenos. Muchas almas católicas apresadas en tierras infieles clamaban por la redención. Fue en tal contexto que la Santísima Virgen, en su infinita misericordia, intervino para aliviar el sufrimiento de sus hijos. Durante la noche del 1 de agosto, Nuestra Señora se apareció simultáneamente a tres hombres: el mercader San Pedro Nolasco, el rey Jaime I de Aragón, y su consejero y confesor San Raimundo de Peñafort. La Virgen, en su infinita bondad, los convocó para dar inicio a una orden religiosa dedicada a liberar a los cristianos cautivos en manos de los infieles. Así, conmovidos y obedientes a tan alta solicitud, fundaron la Orden de la Merced, Ordinis beatæ Mariæ de Mercede Redemptionis captivorum.

Esta aparición no es sino una muestra del profundo papel que María desempeña como Madre de Misericordia. Bajo su advocación, la Iglesia ha visto cómo la merced, entendida como la más alta forma de compasión y amor, se ha derramado sobre todos aquellos que, en su necesidad, han acudido a ella.

Nace una obra redentora

San Pedro Nolasco, movido por un celo ardiente, se entregó por completo a la obra que la Virgen le encomendó. Vendió cuanto poseía y, junto a un puñado de seguidores, dedicó su vida a la liberación de cristianos cautivos en tierras musulmanas.

La Orden de la Merced, nacida en el seno de la ciudad de Barcelona, tuvo desde sus primeros días una misión clara: rescatar a los cautivos, aun a costa de la propia vida. Así, tomando la Regla de san Agustín y las Constituciones de la Orden de Predicadores como base, los mercedarios tomaron un cuarto voto heroico: el voto de redención, por el cual se comprometían a intercambiarse como rehenes por los cautivos, si fuere necesario. Un acto de profunda imitación de Cristo, que no sólo inspiraba a los miembros de la orden, sino que conmovería a toda la la Iglesia.

Jaime I "El Conquistador" protegió la naciente orden y se sumó con fervor a su misión. Bajo su reinado, y con la guía de San Raimundo de Peñafort, la orden creció rápidamente, ganando reconocimiento, nuevos miembros (religiosos y caballeros laicos) y apoyo de la Iglesia. No pasaría mucho tiempo antes de que la Santa Sede, en 1235, bajo el pontificado de Gregorio IX, aprobara oficialmente la fundación de la Orden Real y Militar de la Merced (Magister ordinis Sancti Agustini domus sancte Eulalie Barchinone et eciam Mercedis Captivorum).

De Barcelona al mundo

Desde entonces, su misión redentora se extendería no sólo por la Península Ibérica, sino allende los mares y fronteras, alcanzando tierras lejanas en su propósito divino. Ya en el siglo XIII la devoción a Nuestra Señora de la Merced comenzó a crecer por la Europa católica y África; y más tarde lo hizo en el Nuevo Mundo, convirtiéndose en un estandarte de esperanza y libertad. Bajo su amparo, los cristianos se encomendaban a la Virgen para protegerse de los peligros físicos e innumerables cadenas espirituales que oprimían el alma.

El milagro de las langostas en Barcelona en 1687 consolidó aún más esta devoción. La ciudad, asolada por una plaga devastadora, se encomendó a Nuestra Señora de la Merced, y tras su poderosa intercesión, la peste cesó. Como agradecimiento, el Consejo de Ciento la declaró Patrona de Barcelona, un título que sería ratificado por el Papa Pío IX en 1868. Desde entonces, cada 24 de septiembre, la ciudad y sus fieles celebramos con júbilo el patronazgo de Nuestra Señora en recuerdo de su intervención milagrosa y constante protección.

Redención de los cautivos

Más de 60.000 cautivos fueron rescatados de la esclavitud y el abandono en innumerables actos de caridad y sacrificio. Cada liberación era un reflejo de la redención de Cristo, que, a través de su Madre, liberaba a cuerpos y almas.

Si bien las redenciones físicas de cautivos disminuyeron con el avance de la Reconquista, la misión heroica de la Orden no perdió su vigencia. Un relevante ejemplo fueron los rescates que se llevaron a cabo en el norte de África a principios del siglo XVIII, donde la esclavitud cristiana era moneda común. Miles de hombres eran vendidos para trabajos forzados, mientras que las mujeres sufrían como esclavas domésticas o sexuales.

Argel, bastión de los corsarios berberiscos, fue durante siglos un oscuro centro de este comercio de esclavos. Con valentía y fe, caballeros y frailes mercedarios y trinitarios se embarcaron en expediciones de rescate, enfrentando los peligros de la travesía y la dureza de las negociaciones.

El proceso era largo y complejo: los frailes debían recaudar grandes sumas de riqueza entre los fieles y obtener autorizaciones reales para trasladar oro y plata desde España hacia tierras musulmanas. En Argel, los captores a menudo trataban de incumplir lo pactado, intentando cambiar a prisioneros sanos por otros débiles o enfermos. Sin embargo, los mercedarios, al borde del sacrificio personal, ofrecían sus vidas si el rescate no bastaba, dispuestos a quedar como rehenes para liberar a sus hermanos.

Así, la fe católica amenazada en tierras infieles, encontraba en la Orden de la Merced el manto protector de la Virgen que se extendía sobre los oprimidos.

El mundo moderno

Con el tiempo, las formas de esclavitud han cambiado, pero siguen habiendo cautiverios que atenazan el alma, que nacen de la ignorancia, la injusticia, los vicios, el hedonismo, el materialismo, las ideologías mundanas y el desprecio de la ley de Dios. Por ello, el espíritu mercedario se debe adaptar a los tiempos modernos, actuando en ámbitos sociales y espirituales donde la liberación sigue siendo necesaria.

Frente a las nuevas ataduras de este siglo, la Virgen de la Merced nos mantiene en la senda hacia la libertad plena en Cristo. En este sentido, Nuestra Señora de la Merced no es solamente la patrona de los mercedarios o de Barcelona, sino de todos aquellos que, en cualquier rincón del mundo, buscan en ella la luz que disipa las tinieblas del cautiverio.

Así como en el pasado liberó a los cautivos del yugo del Islam, la Bienaventurada Virgen María nos libera hoy de las cadenas del pecado y de los poderes del mal que intentan aprisionar el alma. Que bajo el amparo de Nuestra Señora de la Merced, Auxilio de los cristianos y Redentora de los cautivos, todos encontremos el camino hacia la verdadera redención: la que el Rey de Eterna Gloria nos concede con su infinita gracia.


℣. Ora pro nobis, Sancta Maria de Mercede,
℟. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.

Oremus:
Deus, qui per gloriosíssimam Filii tui Matrem, ad liberandos Christi fideles a potestate paganorum, nova Ecclesiam tuam prole amplificare dignatus es: præsta, quæsumus; ut, quam pie veneramur tanti operis institutricem, ejus pariter meritis et intercessione, a peccatis omnibus et captivitate dæmonis liberemur. Per eundem Dominum nostrum Jesum Christum, Filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula saeculorum.
℟. Amen.

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
℟. Amen.

℣. Ruega por nosotros, Santa María de la Merced,
℟. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oremos:
Oh Dios, que por intermedio de la gloriosa Madre de vuestro Hijo, habéis enriquecido a vuestra Iglesia con una familia religiosa consagrada a la redención de los cristianos caídos en poder de los infieles, dignaos, en vista de sus méritos y de su intercesión, conceder a los que la honran piadosamente como la fundadora de esta gran obra, la gracia de quedar libres de las cadenas del pecado y de la cautividad del demonio. Por J. C. N. S.
℟. Amén.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
℟. Amén.

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