Señor de la vida y de la muerte

En el Evangelio de este domingo, por la curación de la hemorroísa y, sobre todo, por la resurrección de la hija de Jairo, se nos muestra que Nuestro Señor tiene poder sobre la vida y sobre la muerte. Por tanto, se nos invita a pensar en el final de nuestra propia vida terrena y en nuestro destino eterno más allá de la muerte, que es también objeto de nuestra fe, pues creemos en la resurrección de los muertos.

Nos acercamos al término del año litúrgico, para el que ya sólo quedan dos semanas, y esta última etapa del calendario es muy adecuada para meditar esta verdad de fe, que se completará el próximo domingo y en el primero de Adviento con la consideración de la segunda venida de Cristo en gloria y majestad al fin de los tiempos. Como decimos en el Credo: “De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

Se trata de algo tan fundamental, tan unido al misterio de Cristo, que san Pablo puede afirmar:

“Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado.”

Quiere decir esto que Jesucristo y los fieles formamos un mismo Cuerpo Místico, cuyos miembros participan del destino de la Cabeza. Niegan, pues, su propia resurrección quienes no creen en la del Señor. Porque no es Dios de muertos, sino de vivos, “pues para Él todos están vivos”. Es un Dios vivo y fuente de vida eterna para quienes están unidos a Él por la gracia santificante.

La epístola, la primera lectura, tomada de la Carta a los Filipenses, nos recuerda que creer en la vida eterna y en la resurrección no es un acto de fe sin importancia para la vida presente, sino todo lo contrario. Dice la lectura: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo”. Con estas palabras se nos muestra la maravillosa gloria de la resurrección que Cristo nos trae y la felicidad del destino eterno que comienza con el premio que el alma recibe en la hora de la muerte.

Desde la perspectiva de la venida de Cristo a juzgar al mundo, el apóstol san Pablo, consciente de que hemos de rendir cuentas ante el tribunal de Dios, manifiesta a los cristianos su deseo de que el mismo Jesús les dé fuerzas para realizar toda clase de obras buenas. “Manteneos así en el Señor”, exhorta.

Esta verdad de nuestra fe nos da grandes lecciones para la vida cristiana. Nos enseña a aprovechar bien cada uno de los días de nuestra existencia como si fuera el único, sabiendo que no se repetirá jamás. Dios nos concede la gracia necesaria para vivir la fe con coherencia y producir buenas obras que nos conduzcan a la vida eterna junto a Él.

Creemos que nuestros cuerpos resucitarán y, unidos de nuevo al alma, vivirán para siempre, y también que, cuando nos presentemos ante el tribunal de Dios, Él dará a cada uno según su conducta. Por eso toda nuestra vida debe orientarse por caminos de santidad, produciendo abundantes obras buenas de todo tipo, para así resucitar a una vida eterna y feliz. Nadie tiene más motivos que un cristiano para cumplir con fidelidad sus deberes, incluso los temporales: trabajar para la gloria de Dios, hacer penitencia, atender a la propia familia y servir a los demás, cada uno en su tarea, desde el lugar que ocupa en la sociedad y en la Iglesia.

La fe en la resurrección nos ayuda también a situar en su justa medida la preocupación por los bienes terrenos, respetando la jerarquía de valores para no dejarnos seducir por lo que es pura apariencia y pasajero. Frente a tanta falsedad que nos acecha en el mundo en que vivimos, frente a tantas ofertas vanas e inconscientes, no son pocas las veces que tanto en el Evangelio como en las cartas apostólicas se nos advierte que surgirán falsos maestros y que debemos estar atentos para no dejarnos engañar.

Hoy un cristiano necesita capacidad de discernimiento para detectar y denunciar las falsedades sobre las que se construye el mundo moderno, que ha perdido su fundamento sobrenatural en la verdad revelada por Dios y en el cumplimiento de su Ley. En estos tiempos de confusión es necesaria, más que nunca, una fe firme, vigilante y bien formada.

A la Virgen María, Madre del Verbo Encarnado, corredentora y medianera de todas las gracias, pedimos que sostenga el testimonio de todos los cristianos, para que se apoye siempre en una fe firme y perseverante en la vida eterna, de manera que, en nuestra peregrinación terrena, usemos los bienes temporales con tal prudencia que no perdamos los eternos.

— Adaptado del sermón del Padre Carlos Barba en el vigesimotercer domingo después de Pentecostés, 16 de noviembre de 2025.

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