La Presentación de la Virgen María

El 21 de noviembre se celebra la Presentación de la Bienaventurada Virgen María, una fiesta desconocida por muchos. Llamada en oriente la Entrada de la Theotokos en el Templo, esta tradición recuerda el ofrecimiento total de María a Dios desde su niñez, como preparación silenciosa al posterior “fiat” de Nazaret.

El misterio que la liturgia medita en este día procede del llamado Protoevangelio de Santiago, que relata cómo Joaquín y Ana, en acción de gracias, llevaron a la niña María al Templo de Jerusalén “cuando tenía tres años”, y cómo “permaneció en el Templo como paloma, alimentada por mano de un ángel”, hasta cumplir doce años, cuando los sacerdotes confiaron su custodia a José. La Iglesia no toma este relato como crónica, sino como signo: la niña inmaculada que “entra” anticipa a la Madre en cuyo seno Dios entrará en el mundo.

El Protoevangelio de Santiago es un apócrifo del siglo II. No es Sagrada Escritura ni base de ningún dogma; pero recoge tradiciones piadosas sobre la infancia de María y de Jesús que la Iglesia lee con prudencia. Estos textos pueden inspirar iconografía y piedad cuando no contradicen la fe, pero nunca obligan. Por ello no se canoniza ningún detalle de esta fiesta; contemplamos simplemente el misterio teológico de la consagración temprana de María, llena de gracia desde su niñez.

En el rito bizantino, un “tropario” (troparion) es una estrofa breve de un himno litúrgico que resume el sentido teológico de la liturgia del día, de un santo o un misterio. Es, por así decir, el título teológico cantado de la fiesta; la pieza variable principal del día, y se canta en Vísperas, Maitines y en la Divina Liturgia. El tropario de la Entrada de la Theotokos dice: “Hoy es el preludio del beneplácito de Dios y el anuncio de la salvación de los hombres; en el templo de Dios aparece claramente la Virgen, y de antemano anuncia a todos a Cristo”. Vemos así que la fiesta se centra en el misterio más que en probar datos históricos. Se enseña la preparación de María, Templo vivo, ofrecida para que el Verbo habite en ella, consagrada desde edad temprana, preparada para el advenimiento de Cristo.

El Antiguo Testamento nunca habla de vírgenes del Templo como institución monástica; por lo que el relato apócrifo no describe una costumbre ordinaria del Segundo Templo. Sin embargo, la Sagrada Escritura ofrece algunas figuras que iluminan esta memoria litúrgica: está Ana que, estéril, promete y presenta a Samuel para el servicio en Silo (1 Sam 1,24-28); está el nazireato, voto de consagración y abstinencia (Nm 6) para hombres y mujeres; y están también las mujeres que servían a la entrada del Tabernáculo (Ex 38,8; 1 Sam 2,22), testimonio de presencia femenina en torno al Santuario (sin sacerdocio). Así, la tradición vio en María la Hija de Sión, el Arca viva que, antes de ser morada del Verbo, fue ofrecida al Señor.

El texto apócrifo menciona que la niña sube los peldaños del Templo sin volverse atrás mientras el sumo sacerdote la aguarda. Posteriormente la iconografía hablará de quince escalones, añadiendo un significado que hace eco de los quince salmos de subida (119-133), los psalmi graduales o canticum graduum, que cantaban los judíos cuando subían a Jerusalén para las festividades, como si María asciendiera esos peldaños cantando también a Dios.

Como decíamos, esta fiesta nace en oriente. Su desarrollo se vinculó a la dedicación, en Jerusalén, de la basílica de Santa María Nueva en el año 543, erigida por Justiniano cerca de la explanada del Templo. El lugar sugería el recuerdo de la Entrada de la Theotokos. La basílica fue arrasada en 614 con la invasión persa, pero la memoria litúrgica permaneció. Muchos menologios (colecciones de vidas de los santos y libros litúrgicos orientales) medievales ya hablan de la Presentación en este día y la contaban entre las Doce Grandes Fiestas. La fiesta llegó a occidente mucho más tarde: Felipe de Mézières habló de ella en Aviñón en el siglo XIV, luego Gregorio XI la introdujo en la Capilla papal (1372), Sixto IV la incorporó al calendario, San Pío V la reajustó tras el Concilio de Trento, Sixto V la restauró (1585) y Clemente VIII la consolidó (1597). Así, la fiesta quedó fijada el 21 de noviembre en el rito romano. Pablo la VI, mantuvo a pesar de su contenido apócrifo, pues la verdad teológica celebrada es la consagración total de María.

En uno de sus discursos de Las glorias de María, San Alfonso María de Ligorio dijo:

“El ofrecimiento que hizo María de sí misma a Dios, fue pronto y sin demora, fue por entero y sin reservas. No hubo ni habrá jamás un ofrecimiento hecho por una criatura, ni más grande ni más perfecto que el que hizo la niña María a Dios cuando se presentó en el Templo para ofrecerle, no incienso ni cabritillas, ni monedas de oro, sino a sí misma del todo y por entero, en perfecto holocausto, consagrándose como víctima perpetua en su honor. Muy bien comprendió la voz del Señor que la llamaba a dedicarse toda entera a su amor, con aquellas palabras: “Levántate, apresúrate, amiga mía... y ven”. Por eso quería su Señor que se dedicara del todo a amarlo y complacerlo: “Oye, hija mía, mira, inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa paterna”. Y ella, al instante siguió la llamada de Dios. Veamos pues cuán agradable fue a Dios el ofrecimiento que María hizo de sí misma a Dios al consagrarse al punto y sin demora, enteramente y sin reserva.”

Así, la Iglesia contempla hoy que María fue ofrenda. Antes de ser Madre, María se entregó; antes de llevar a Dios en su seno, María se dejó llevar por Dios. La niña entró en el templo santo como primicia del Nuevo Templo, anticipando la entrada definitiva del Hijo en su propia carne. María fue totalmente de Dios desde sus comienzos. Así, en estas fechas en las que se acerca el advenimiento del Señor, todos debemos subir con María, escalón a escalón, salmo a salmo, hacia ese “sí” que cambió la historia.

María enseña que la libertad florece cuando es ofrecida a un Bien mayor. Esta fiesta debe recordar a los padres que los hijos se presentan a Dios, no se poseen; a los jóvenes, que la vocación no empieza cuando toque, a cierta edad, sino cuando Dios llama; y a la Iglesia entera, que el culto verdadero comienza en el corazón entregado al Señor. Por eso la iglesia latina convirtió el 21 de noviembre en día pro orantibus, en día de oración por los religiosos de vida contemplativa, testimonios vivos de esa vida enteramente entregada a Dios.

LDVM

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