Lætare Jerusalem
La Pascua está cerca.
Ya quedan pocas semanas para que el Acontecimiento Pascual, para el que nos hemos ido preparando y el camino cuaresmal, llegue hasta nosotros. Sí, la proximidad es inminente. Pero antes hay que pasar por la Pasión, por la Muerte, por la Cruz del Señor. Por eso, aunque hoy, dentro de lo posible, la Liturgia tiene un carácter alegre y festivo, no olvida el horizonte de la Pasión. La tragedia se aproxima. Sin embargo, la Iglesia quiere darnos ánimo, esperanza y entusiasmo, porque, tras estos acontecimientos trágicos, vendrá la alegría del triunfo sobre la muerte y sobre el pecado con la Resurrección de Nuestro Señor.
Nuestras vidas, cuando nos encontramos rodeados de pruebas, dificultades y obstáculos, se parecen a ese valle de lágrimas que le cantamos a la Virgen de la Salve. Pero no nos faltan tampoco los consuelos de la Fe, los consuelos con los que Dios Nuestro Señor nos beneficia para que podamos seguir nuestro itinerario hasta alcanzar la meta de la Eternidad.
En esta preparación para la Pascua, Nuestro Señor Jesucristo quiere, nuevamente, tocar nuestro corazón si todavía no estamos del todo decididos a una auténtica conversión personal, es decir, a volvernos por completo hacia el Señor. Porque muchas cosas de este mundo nos enredan, nos atrapan y, en más de una ocasión, impiden que el Señor toque nuestras fibras interiores, toque nuestra alma y nos haga recapacitar para que nuestra conversión sea algo coherente, serio y auténtico en nuestra vida.
Precisamente, hoy en el Evangelio, Jesús se nos presenta como ese nuevo Moisés que sube a la montaña para atender las necesidades de su pueblo, no con ese maná perecedero con el que Moisés alimentó al pueblo celestial hasta llegar a la tierra prometida que era prefiguración del Pan Vivo, el mismo que bajó del Cielo. Por ello, en la multiplicación de los panes y los peces vemos una figura de la Santísima Eucaristía. El Señor, al emplear esos mismos gestos, eleva su mirada al Cielo, pronuncia la acción de gracias, parte y reparte el pan. Su pan partido es su vida entregada por nosotros, y lo hace para que caigamos en la cuenta de que, al consumar el sacrificio de la Cruz (que se perpetúa en la Misa) tengamos ahí el alimento imperecedero, prenda de Vida Eterna.
Sin embargo, este sacrificio no es algo que contemplemos desde la distancia, ni siquiera recordando el sacrificio del Calvario o presenciando el mismo, que, incruento, se consuma sobre nuestros altares. El Señor es muy poderoso y desea contar con nuestra colaboración. Por eso, después de aquel comentario a Felipe sobre “de dónde sacaremos dinero para alimentar a tantos” (más de 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños) se presenta ese muchacho que porta cinco panes y dos peces, algo insignificante, y que nos representa a nosotros cada vez que acudimos al Santo Sacrificio.
Debemos aportar nuestra ofrenda personal, la ofrenda de nuestra vida, tantas veces miserable; lo poco que tenemos se lo debemos dar a Dios, y Dios lo realiza en vida. Con nuestra colaboración, Él, que podría prescindir de todo siendo omnipotente, se sirve de nosotros, pidiendo, mendigando nuestro corazón y nuestros buenos propósitos para que, en definitiva, hagamos de nuestra vida una ofrenda, una oración grata a Dios.
El camino cuaresmal es un camino de liberación. Como dice el apóstol San Pablo en su carta a los Gálatas, Cristo nos ha liberado para esto. Avancemos por este camino y experimentemos la alegría de la fe cristiana, que tiene su culminación en la Eternidad.
No nos conformemos con las falsas alegrías de este mundo; que tantas veces son frívolas, heridas, huecas y vanas; sino que permitamos que la alegría del Señor, que se manifiesta en su presencia en medio de nosotros, se haga alimento abundante para la vida del alma, para que podamos saciarnos de sus abundantes dones, como decimos hoy en el introito de la Misa, y para que, al recibir el consuelo que necesitamos para todo aquello que anhelamos, nos regocijemos y renovemos nuestro compromiso con Él.
— Adaptado del sermón del Padre Carlos Barba en el cuarto domingo de Cuaresma, “Lætare”, 30 de marzo de 2025.