La Sagrada Familia
Hoy es uno de esos domingos que tiene título: el de la Sagrada Familia. En esta ocasión, reflexionaremos sobre la Sagrada Familia y sobre nuestras familias, porque hemos pecado mucho en este ámbito de las relaciones: esposo-esposa, padres-hijos, hermanos entre sí… Comenzaré hablando de la familia prototipo: la Familia de Nazaret. Una de las características de la Sagrada Familia es que vivió una vida oculta, una vida de pobreza, de anonadamiento, una vida anónima, una vida de silencio. Ellos eran de los anawim, expresión que utiliza la Sagrada Biblia en hebreo refiriéndose a los hijos de la tierra, a los insignificantes, y todo ello en medio de un silencio contemplativo. Detengámonos a mirar a los miembros de la Sagrada Familia.
Comencemos por Nuestro Señor. Jesús era un puro contemplativo; vivía constantemente en la visión del Padre. Jesús, como hombre, era un hombre de profunda oración. Fue Él quien introdujo la oración personal. Jesús, como buen judío, cumplía con la ley de la oración comunitaria tres veces al día, pero siempre buscaba el tú a tú con el Padre, en el silencio, en la soledad, en el recogimiento. Y de aquí quiero extraer una de las primeras enseñanzas de este sermón: buscar el tú a tú con el Padre en el silencio es algo de lo que adolece muchas veces nuestra vida cristiana. La oración personal, la oración en silencio, ese rato de tú a tú con el Padre, con el Señor, fuera de las oraciones vocales, sí, maravillosas, fantásticas, importantes, pero necesitamos la relación personal con el Señor.
Jesús también fue un hombre de un integrísimo silencio, como reflejan los evangelios. Comenzará su vida pública retirándose al desierto, y luego, como predicador, se retirará siempre que pueda, y cuando no pueda de día, lo hará de noche. Incluso en los pasos de la Pasión observó silencio: silencio ante Herodes, ante Pilatos, ante las turbas, y es que ese silencio era ya algo habitual en Cristo, porque estaba constantemente en diálogo con el Padre.
Pasemos ahora la Virgen Santísima. Dice el evangelio que hoy hemos proclamado: "Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón", palabras definitorias de María. Todo lo que María veía y oía, todo lo recogía en lo más profundo de su corazón, donde estaba realmente la vida de María. Ella era un alma de interioridad, un alma de recogimiento, y por eso era un alma de silencio y de soledad. En María se conjugan armoniosamente la vida activa y la vida contemplativa. María será una contemplativa por tradición; María era ama de casa, esposa, madre… Cualquier actividad que realizaba María era elevada por el Espíritu, porque estaba en continua contemplación. María se parecía a Cristo. María llevaba la misma vida que Jesús, pero en su condición de criatura, porque solo Jesús es Dios.
Y he dicho que cualquier actividad que hacía María era elevada por el Espíritu. De aquí quiero extraer otra enseñanza: el ofrecimiento de obras. Debemos acostumbrarnos, al abrir los ojos por la mañana, después de hacer la señal de la Cruz, aunque cada uno tendrá sus métodos, a hacer el ofrecimiento de obras, a ofrecer todo nuestro día desde el principio. No sabemos lo que va a ser o lo que nos va a suceder, pero por eso lo ofrecemos al Señor, lo bueno y lo no tan bueno. Y dado que hablo de ofrecimiento, quiero también hacer hincapié en otra cuestión: debemos acostumbrarnos a ofrecer la Santa Misa. Hay que llegar un poco antes, no de la calle al banco, para ofrecer el sacrificio que es la Santa Misa. En esta capilla tenemos todo pequeñito, y un pequeño atrio, entre la puerta exterior y la interior, y esto tiene su significado, hermanos. El atrio es el espacio que no es iglesia ni tampoco calle, pero en ese espacio ya debemos dejar atrás el mundo, el runrún, y centrarnos en lo que vamos a hacer: asistir en primera fila al sacrificio del Calvario, que no otra cosa es la Santa Misa. Por eso es conveniente llegar con tiempo suficiente, no solo para preparar las lecturas de la Misa, sino para ofrecerla, para que cuando el sacerdote eleve el Cuerpo y la Sangre del Señor, podamos elevar también nuestras acciones de gracias, nuestras intenciones, nuestras necesidades.
Y nos queda un miembro más: el cabeza de familia, San José. Aparece rodeado de una majestad y de una nobleza silenciosa. Mantiene a lo largo de toda su vida un silencio discretísimo, eminentemente prudente, un silencio que emana de un corazón lleno de fe, esperanza y caridad. Un silencio religioso que él vive como virtud, porque el silencio para vivir con Dios es un silencio virtuoso. El silencio de Nazaret, el recogimiento de Nazaret, la vida de interioridad de Nazaret. No se puede ver a Dios en medio del ruido de la turba; para ver a Cristo se necesita de alguna soledad. Para ver a Dios se necesita el silencio y cierta soledad buscada. La turba trae el estrépito, y para ver a Dios se necesita el secreto.
Os he dicho que este es un domingo con título, el de la Sagrada Familia, aunque parece que esté haciendo un tratado sobre el silencio, esto tiene una razón: vivimos en un mundo ruidoso, un siglo XXI lleno de distracciones. Hay que aprender a hacer silencio de vez en cuando: silencio exterior e interior. Muchos dicen: “¡Padre, es que me distraigo en la oración, me distraigo en Misa!” Y no es de extrañar: tal vez llevas un tumulto dentro y no lo acallas… Quieres enterarte de todo, saberlo todo, estar en todo, verlo todo… y cuando entras en la iglesia tienes el runrún, todo te viene a la cabeza y al corazón. Hay que saber hacer silencio y trabajarlo, saber decir: “Ahora es el tiempo de Dios” y así avanzaremos en el camino de la virtud, sobre todo en el camino de la oración.
Hoy es un día para comparar la Sagrada Familia con nuestras familias; aunque habría que hacer una distinción: las familias con sentido del mundo, y las familias que llamamos cristianas. Respecto a las primeras, ya sabemos cuál es su impronta, su característica, su estilo: el materialismo, temporalismo, sensualismo… ¿Sucede lo mismo en las llamadas familias cristianas? ¿Cristianizan las familias a los hijos? ¿Cuántas problemáticas vive la familia actual? ¿Cuántos matrimonios permanecen un año tras otro en pecado mortal? ¿Cuántas mujeres tienen que padecer los abusos de un marido incontrolado? Cuando falta la virtud de la continencia, el matrimonio cristiano, que es una obra de Dios, se vive como una especie de comercio carnal, con todas las consecuencias que eso trae, no solo para el matrimonio, sino también para los hijos, porque a los hijos no se les enseña solo con palabras; se les enseña con el testimonio de la vida.
Estamos viendo un cataclismo en la sociedad porque primeramente se ha vivido ese cataclismo en las familias. Muchas familias cristianas tienen vicios. El matrimonio, el hogar, no es una obra de los hombres. Es una obra para los hombres, pero es una obra de Dios. Las cosas santas hay que tratarlas santamente. O tratamos santamente el matrimonio cristiano, o hay que prepararse para las consecuencias. Pues mirad, hermanos, así como existe la comunión de los santos, existe también ese cuerpo místico de la comunión del pecado, de la comunión del mal. La Sagrada Familia nos muestra el camino de la santidad en el hogar. Sigamos su ejemplo y confiemos en el auxilio divino, pues solo con Dios hay esperanza para nuestras familias.
— Adaptado del sermón del Padre Carlos Barba el domingo 12 de enero de 2025, Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.