Novena a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo

Desde nuestra capilla, dedicada a Nuestra Señora de la Merced y a San Pedro, les invitamos a celebrar con devoción la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, cuya fiesta conjunta simboliza la profunda unión en vida y muerte de estos dos pilares de la Iglesia. 

La Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo

Si bien la sagrada liturgia honra especialmente al bienaventurado apóstol San Pedro el día 29 de junio, la celebración se prolonga hasta el día siguiente con la conmemoración del apóstol San Pablo, además de tener éste la fiesta particular de su milagrosa conversión el 25 de enero.

La propagación del cristianismo en los primeros siglos se debe en gran medida a estas dos columnas de la Iglesia. Cristo designó a Pedro como cabeza de la misma, y él la gobernó desde Jerusalén, luego Antioquía, y finalmente Roma, junto con San Pablo, donde estableció su sede pastoral sobre toda la Tierra. San Ireneo de Lyon destaca cómo la autoridad apostólica y la unidad de la fe se consolidaron en Roma a través de su martirio: “Nos basta indicar aquella muy grande, antiquísima y conocida de todos, fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo”. Y es que, como culminación de su ministerio y de la promesa del Señor, Pedro y Pablo sellaron con su sangre su fidelidad a Cristo, consagrando Roma y estableciéndola como sede eterna de la Iglesia.

Tu es Petrus

Recordemos a Pedro, nuestro copatrón, pescador de oficio, cuando Jesús lo llamó por primera vez a seguirlo. Fue en ese momento, a orillas del mar de Galilea, donde comenzó una transformación profunda. Jesús designó a Pedro como líder y le encomendó una misión que trascendía su humanidad:

“Et ego dico tibi, quia tu es Petrus, et super hanc petram ædificabo Ecclesiam meam, et portæ inferi non prævalebunt adversus eam. Et tibi dabo claves regni cælorum. Et quodcumque ligaveris super terram, erit ligatum et in cælis: et quodcumque solveris super terram, erit solutum et in cælis.” (Mat 16:18-19).

“Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos.”

La crucifixión de San Pedro, Caravaggio.

Aun así, en el momento de mayor prueba, Pedro negó a Jesucristo tres veces, cumpliendo la profecía. Sin embargo, su verdadero arrepentimiento y su amor inquebrantable por el Señor lo llevaron a convertirse en piedra angular. Santo Tomás de Aquino afirma que la firmeza de la fe de Pedro fue lo que lo convirtió en esa piedra sobre la que Cristo construyó su Iglesia. Fue la confesión de Pedro, su reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios, lo que lo estableció como roca.

San Clemente de Roma nos ofrece una imagen vívida de Pedro: un hombre que, no sólo guió a su rebaño como pastor, sino que, a través del sufrimiento, fortaleció los cimientos de la Iglesia y fue coronado con la gloria del martirio de cruz. “Habiendo ellos, los Apóstoles, predicado en las regiones del Oriente y del Occidente, recibieron su glorioso martirio. Pedro, por sus numerosos sufrimientos, fue coronado de gloria”.

San Pablo: el Apóstol de los Gentiles

Como ejemplo para todos los cristianos en el plan del Señor, Pablo (Saulo) de Tarso vivió una conversión radical que cambió su vida y el curso de la historia de la Iglesia. En un encuentro transformador de camino a Damasco,

“de repente se vio rodeado de una luz del cielo, y cayendo a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 9:3-4).

Era la voz de Cristo. De perseguidor de cristianos, Pablo se convirtió en el más ferviente misionero del Evangelio. Destaca Santo Tomás la importancia de las epístolas paulinas: “Las epístolas de Pablo están llenas de sabiduría y doctrina, que constituyen el fundamento de la fe y de la moral en la Iglesia”. Pues San Pablo nos muestra que, mediante la gracia de Dios, todos podemos convertirnos en un importante instrumento para su obra.

Como Pedro, por orden emperador romano Nerón, Pablo también sufrió el martirio ante los gobernantes tras haber predicado el Evangelio por todo el Imperio; con la diferencia de que, por ser ciudadano romano, no se le pudo condenar a la crucifixión y fue decapitado. "En aquella tristísima hora […] dijo el verdugo a Pablo: ‘Prepara tu cuello’. Entonces el Santo Apóstol miró al cielo, hizo la señal de la cruz sobre su frente y sobre su pecho, y exclamó: "¡Oh Señor mío Jesucristo, en tus manos encomiendo mi espíritu!"

Complementarios

Aunque distintos en carácter y misión, Pedro y Pablo fueron elegidos para edificar juntos la Iglesia. Pedro, con su firmeza y autoridad pastoral, y Pablo, con su pasión misionera y su profunda enseñanza, representan dos pilares que sostienen el cuerpo místico de Jesucristo. Su comunión es símbolo tanto de la diversidad de dones de la familia católica, como de la unidad de la verdadera Iglesia de Cristo.

La Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo es una oportunidad para fortalecer nuestra fe y compromiso con la Iglesia. En este espíritu de devoción, les invitamos a unirse a la oración de la Novena en honor de los Santos Pedro y Pablo, para pedir su intercesión y para que su testimonio de fe y coraje nos guíe y sirva de ejemplo en nuestro caminar diario con Cristo.

Novena

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro.  En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
. Amén.

Acto de contrición

Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser vos quien sois, bondad infinita y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido, también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
℟. Amén.

Himno: Decora lux æternitatis

La luz eterna que alumbra con fuego bendito este día dorado, corona a los Principes de los Apóstoles, mostrando a los hombres el camino a las estrellas, y liberando a los pecadores hacia el cielo.

2. El Maestro del mundo y el Portero del cielo, padres de Roma y jueces de las naciones; uno por la espada y otro por la cruz, victoriosos en la muerte, poseen laureados el senado de la vida.

3. ¡Oh Roma feliz, consagrada con la gloriosa sangre de estos dos Príncipes! Con su purpurado sacrificio, superas en nobleza a todas las ciudades del mundo.

4. Sea eterna gloria, honor, poder y júbilo a la Santísima Trinidad, que en unidad gobierna todo, por los siglos de los siglos. Amén.

Letanía a San Pedro

Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.

Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.

Santa María, ruega por nosotros.
San Pedro, ruega por nosotros.
Príncipe de los Apóstoles, ruega por nosotros.
San Pedro, a quien se le dieron las llaves del reino de los cielos, ruega por nosotros.
San Pedro, tan ardiente por la gloria de Cristo, ruega por nosotros.
San Pedro, cuyo corazón fue traspasado con una mirada de Jesús, ruega por nosotros.
San Pedro, que no dejaste de lamentar haber negado al Hijo de Dios, ruega por nosotros.
San Pedro, cuyas mejillas fueron surcadas por un torrente de lágrimas que fluyeron hasta el final de tu vida, ruega por nosotros.
San Pedro, que clamaste: “Señor, tú sabes que te amo”, ruega por nosotros.
San Pedro, encadenado por Cristo, ruega por nosotros.
San Pedro, liberado de la prisión por un ángel, ruega por nosotros.
San Pedro, que te regocijaste en sufrir por Cristo, ruega por nosotros.
San Pedro, cuya sombra misma sanaba a los enfermos, ruega por nosotros.
San Pedro, cuya voz incluso los muertos obedecían, ruega por nosotros.
Para que tengamos una caridad constante y mutua entre nosotros, ruega por nosotros.
Para que podamos saborear y ver, cada vez más, cuán dulce es el Señor, ruega por nosotros.
Para que seamos prudentes y vigilantes en la oración, ruega por nosotros.
Para que podamos alcanzar la muerte de los justos, ruega por nosotros.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros.

℣. Ruega por nosotros, San Pedro apóstol.
℟. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oraciones durante la novena

Oremos:
Oh glorioso Apóstol, que recibisteis el poder de atar y desatar, rogad por nosotros para que, estando libres de todo pecado, podamos vivir y morir en la gracia de Dios. Obtened para nosotros una fe perfecta, una esperanza firme y una caridad ardiente, para que, a medida que nos acerquemos al final de nuestra vida, podamos crecer diariamente en el conocimiento y amor de Jesucristo. Guíanos, oh bendito Apóstol, a través de todos los peligros de este exilio hasta que el miedo y el dolor terminen. Oh humilde mártir de Cristo, vos que ahora lo contempláis no como en el Monte Tabor, sino en el pleno esplendor de su gloria, rogad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Venid bienaventurado Apóstol y llevadnos a Jesús, para que nosotros también podamos amarlo eternamente.
℟. Amén.

Oremos:
¡Oh santos apóstoles Pedro y Pablo! Yo os elijo hoy y para siempre por mis especiales protectores y abogados; y me alegro humildemente tanto con Vos, San Pedro, príncipe de los Apóstoles, porque sois la piedra sobre la cual edificó Dios su Iglesia; como con Vos, San Pablo, escogido por Dios para vaso de elección y predicador de la verdad en todo el mundo. Alcanzadme, os suplico, una fe viva, una esperanza firme y una caridad perfecta; atención en el orar, pureza de corazón, recta intención en las obras, diligencia en el cumplimiento de las obligaciones de mi estado, constancia en los propósitos, resignación a la voluntad de Dios y perseverancia en la divina gracia hasta la muerte; para que mediante vuestra intercesión y vuestros méritos gloriosos, pueda vencer las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, me haga digno de presentarme ante el supremo y eterno pastor de almas Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, para gozarle y amarle eternamente.
℟. Amén.

Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
℟. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén.

Dios te salve María, llena eres gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
℟. Santa Maria, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
℟. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Invocaciones finales

Señor, dadnos sacerdotes.
Señor, dadnos santos sacerdotes.
Señor, dadnos muchos santos sacerdotes.
Señor, dadnos muchas santas vocaciones religiosas.
Señor, dadnos muchas santas familias católicas.

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Santos Apóstoles Pedro y Pablo, rogad por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Todos los Santos y Santas de Dios, rogad por nosotros.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
℟. Amén.

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